Gabriela Steinitz en colaboración con Anita y Miriam Steinitz
5 de abril 2020
En el mes de marzo, teníamos planeada en nuestra institución: la conmemoración de la apertura de la Casa Cultural Trude Sojka y del fallecimiento de la artista Trude Sojka, la inauguración de la exposición Improntas de Nadie, de su nieta Gabriela Steinitz, con un conversatorio en el cual iba a participar el escritor Fernando Esparza, y un concierto en el Museo Nacional del Ecuador, MUNA, durante el cual se expondrían obras de Trude Sojka. Para el mes de abril, teníamos previsto: un curso sobre Arte y Holocausto, con el historiador Pablo Campaña, una charla sobre Ana Frank, con el Dr. Luis Eguiguren, y la celebración del Día del planeta Tierra. Ahora, nos hemos visto obligadas a aplazar todos estos eventos.
Sin embargo, por otro lado, queremos seguir en contacto con todos los que nos siguen por redes sociales, queremos continuar transmitiendo cultura y mensajes para la paz (objetivo del museo) a través del arte. De hecho, pensamos que esta es también una excelente oportunidad para reflexionar más y conectarnos mejor con nuestro mundo interior, al desconectarnos, en cierta medida, del mundo exterior.
Al respecto, quisiera compartirles una breve comparación que he hecho entre el estado en que nos encontramos actualmente y en el que se encontraban mis abuelos, Trude Sojka y Hans Steinitz, casi ochenta años atrás… Hago énfasis en que esta es una opinión muy personal y mi intención no es ofender a nadie, al contrario, es dar un mensaje esperanzador.
En 1941, el Tercer Reich decidió “solucionar” de una vez por todas la “cuestión judía”, es decir, resolvió exterminar a toda esa población indeseada que podía “apoderarse” del Reich, que era un “peligro latente” para la humanidad y la raza aria que debía dominar el mundo. Empezó a buscar por toda Europa a los judíos, hasta en los rincones más remotos del continente. Para ello, contó con la ayuda de las poblaciones locales, la mayoría muy antisemitas en ese entonces. La idea era enviarlos a campos de concentración y de exterminio, aprovechar al máximo a los que eran capaces de trabajar, y eliminar al resto, aunque el objetivo final era hacer desaparecer, al fin y al cabo, a toda esta “raza inferior”, vista prácticamente como una ”enfermedad contagiosa”, una “plaga mundial”…
Durante el siglo pasado, el antisemitismo se reprodujo como un virus. Trude Sojka y Hans Steinitz, ambos judíos, lo sintieron en carne propia y se vieron obligados a vivir también una especie de confinamiento. Muchos miembros de su familia fueron forzados a concentrarse en guetos: pueblos enteros mantenidos en cuarentena del resto del mundo, sobrepoblados, insalubres, llenos de enfermedades, vigilados y manipulados hasta alcanzar extremos.
Aunque mis abuelos no estuvieron en guetos en un primer tiempo, desde el principio se sintieron amenazados. Mi abuela se mantuvo escondida durante aproximadamente seis años. Los dos fueron deportados a campos de concentración. Todo les faltaba: bienes materiales, salud, alimentos, afecto… pero lograron sobrevivir. Unos seis millones de judíos fueron asesinados, no por una pandemia, sino por sus semejantes, por el propio ser humano. Muy pocos fueron sobrevivientes.
Hoy en día nos amenaza un virus, una verdadera plaga mundial. Es indudable que se trata de un virus realmente peligroso que está causando mucho daño. No obstante creo que podemos cambiar nuestro modo de ver las cosas y aceptar que el SARS-Cov2 básicamente está hecho de las mismas moléculas que nos conforman, en una escala quizás un millar de veces reducida y simple, y que es parte de la Ley de la naturaleza; aunque cueste pensarlo así, no deberíamos estar en guerra contra él sino pensar más bien, que este virus nos está enseñando muchas cosas: a protegernos mejor en materia de higiene y salud, la importancia de la convivencia y solidaridad entre seres humanos, de cuán importante es el contacto personal, y cuán conectados estamos entre todos. Nos está mostrando qué es verdaderamente el silencio en las calles, el vacío; lo que son el ruido y las aglomeraciones, lo que es vivir con menos contaminación, el poder y la regeneración de la naturaleza… Nos está desafiando para que demostremos que podemos hacer muchas cosas en casa, que sí existe el tiempo libre, en un mundo donde el deseo general ha sido correr contra el reloj, y que todo depende de nosotros.
Así es, todo depende de nuestra manera de tomar las cosas, de nuestra actitud. Creo, francamente, que mientras más le aceptemos, menos miedo le tengamos, mejor vamos a actuar y él nos va a afectar menos a su vez, siempre y cuando le enseñemos a mantener distancia, protegiéndonos meticulosamente. Estar en paz con él permitiría atenuar nuestras preocupaciones, bajar los niveles de estrés, ser conscientes de su presencia invisible…
Por supuesto, la situación actual que el mundo está viviendo es grave. Hay millones de contagiados y muchísimos fallecidos en el mundo entero…. Durante el Holocausto, muy poca gente prestó atención a lo que estaban haciendo los Nazis, pocos tomaron conciencia en ese entonces de ese terrible acontecimiento que movió al mundo. En cambio ahora, en épocas de híper-conexión, estamos conectados permanentemente y podemos enterarnos de las cosas casi en tiempo real. Eso nos permite, hasta cierto punto, mantenernos unidos y ayudarnos mutuamente. Muchos están buscando soluciones frente al problema y no son indiferentes. Sin embargo, mucha de la información que nos llega tiende a exagerar las situaciones y, en fin de cuentas, provoca pánico y nerviosismo, lo que sólo empeora nuestras vidas, nos confunde, y ya no sabemos distinguir bien lo que es verdad de lo que no.
Me imagino a mis abuelos, recordando cómo fueron discriminados y torturados, cómo vieron morir, con sus propios ojos, a miles a su alrededor, de la manera más injusta, evocando memorias de sus familiares y amigos, tantos de ellos muertos por epidemias surgidas en los lugares donde eran confinados. Y los veo pensando con tranquilidad y esperanza que esta situación también pasará, al igual que la que ellos vivieron.
A diferencia de los Nazis, este virus no es racista y no tiene fronteras. El apoyo mutuo tampoco las tiene, ni las emociones que podemos transmitir a los demás. Todo depende de nosotros mismos.
Esta es, sin duda, una época de cambios para la humanidad y puede parecer complicado afrontarla, a primera vista. Encontremos un equilibrio y tratemos de ver más bien siempre el lado positivo, incluso de lo que más nos puede asustar y afectar. Como nos exhorta Victor Klemperer en su libro LTI, La lengua del IIIer Reich, enfrentemos nuestros miedos con sangre fría y sin perder nuestro autocontrol.
Podemos vivir cosas difíciles, pero si nos mantenemos serenos y reflexivos, seremos más fuertes y sobreviviremos sabiendo reaccionar mejor frente a cualquier peligro. Sin dejar de lado las debidas precauciones, sepamos agradecer y enriquecernos por lo que estamos viviendo. Como para Trude Sojka, Hans Steinitz, y numerosos otros sobrevivientes, la esperanza es nuestra aliada para resistir y vivir estos difíciles momentos de la mejor manera.